Fe y Política: Una nueva orientación

por Alexis Guerra

periodista, Magíster em Ciencia Política

            En nuestro mundo hay dudas razonables sobre la existencia de Dios, más aun, muchos creyentes, principalmente del mundo científico o académico, lo excluyen con el argumento de que la existencia de Dios no es comprobable y, por lo tanto, no es tomado en cuenta para las investigaciones.

          Lo intrigante de este asunto es que hay evidencia de que, desde los orígenes de la civilización, el hombre ha creído en un ser superior, creador del mundo y determinante en nuestras vidas. Asimismo, Buda, Krishna, Confucio, Zoroastro, Lao Tse, Moisés, Jesús de Nazareth y Mahoma fueron personas reales, que tuvieron y tienen aún fuerte influencia en la humanidad y que sus revelaciones y enseñanzas han sido guía para millones de personas. También hay evidencia histórico-documental, como la Biblia, el Bhagavad Gita, el Corán, o los manuscritos del Mar Muerto que expresan con fuerza la idea de una realidad más allá de nuestro mundo material. Incluso en nuestra américa indígena el Popol Vuh y las tradiciones mayas, aztecas o incas hablan de una realidad superior, espiritual, con templos que se han mantenido a lo largo del tiempo como comprobación de esa cosmogonía que, curiosamente, parece hablar el mismo lenguaje que el misticismo chino, hindú, persa o hebreo y que el reconocido psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung denominó arquetipos, que son  “patrones e imágenes arcaicas universales que derivan del inconsciente colectivo”. 

            Otros hombres de ciencia como Galileo, Descartes, Louis Pasteur o Pierre Teilhard de Chardin reforzaron su fe con sus propias investigaciones, tal como el matemático hindú Ramanujan, para quien cada ecuación expresaba la existencia de Dios. Junto con ellos miles de millones de personas en el mundo que aseguran que Dios existe.

            Todo lo anterior ¿es o no evidencia para ser considerada en el mundo científico o académico? Y si existe Dios, ¿hasta dónde llega su influencia? ¿Es simplemente una fábula, un mito, algo para ir los domingos a alguna iglesia o un error de percepción que ha impedido llegar a una realidad más profunda de la creación de nuestro universo y de nuestra existencia?

            Albert Einstein decía que creía en el dios de Spinoza, para quien Dios es todo y fuera de él no existe nada. Es la “naturaleza naturante”, o transformadora de todo lo que existe. Esta concepción del filósofo holandés, contraria a la visión clásica y ortodoxa de la religión, derivó en su excomunión y su destierro, así como la prohibición y censura de sus escritos.

            Estas posturas ortodoxas y excluyentes que históricamente han mantenido las iglesias y que conciben a un dios limitado, inestable y caprichoso, a imagen y semejanza del hombre, es lo que aleja a la ciencia y a las academias de la espiritualidad, porque no tiene lógica y, por su puesto, carece de base científica. 

            En su obra de 24 libros el filósofo italiano Pietro Ubaldi, en la que condensa ciencia, filosofía y religión, expresa el siguiente planteamiento: Es innegable que todo en el universo evoluciona y todo está regido por leyes que expresan el pensamiento de Dios. Estas leyes, fundamentales en las ciencias fácticas, rigen también la vida humana y tienen el propósito de hacer del hombre un ser más consciente, con una moral elevada y una vida en armonía con todo lo creado. Su concepto de Dios es absolutamente lógico, con fundamento científico, y con sentido de realidad práctica, incluso en las ciencias sociales.

            Para este autor la Economía, la Sociología y la Política también tienen leyes que las gobiernan y que tienen una finalidad en este universo evolutivo que marcha hacia un fin supremo, es la búsqueda constante del Dios amoroso, verdadero, inmenso y perfecto que se revela poco a poco por medio de la ciencia y que en su interior el ser va descubriendo en cada paso de su vida. Esta marcha evolutiva es hacia personas y sociedades más conscientes y mejores, más justas, más solidarias, en las que se hace cada vez más real el mandamiento cristiano “ama a tu prójimo como a ti mismo”, palabras que en su interior contienen el equilibrio perfecto para “la vida buena” de Aristóteles y que serán base para una ciudadanía que conduzca a la vida en armonía.

            Hasta ahora ciencia y fe han transitado caminos diferentes, pero ¿no será que es necesaria una nueva orientación? Que la ciencia profundice en lo que hasta ahora ha sido un misterio, que trascienda las barreras del positivismo, tan dogmático como las religiones y que éstas se abran a la verdad irrebatible del conocimiento científico podría conducir a verdades más sólidas y a despejar las dudas sobre asuntos trascendentales para la vida individual y colectiva y encontrar a Dios, ciertamente, en todo lo creado; un Dios real, de ciencia y de fe.

 

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